Si, aquí seguimos con la operación pañal. Segunda parte. Y si nos ponemos tontos se puede convertir en la canción de Sabina;…y nos dieron las dos, las tres, las cuatro…
Vaya, que sabía que esto no era cosa de un fin de semana, pero estoy empezando a preguntarme si el día de su boda los trastis llevaran pañal.
La seño del cole me dice que mis hijos llevan el control de esfínteres muy bien; pero una de dos; o se está quedando conmigo, o mis hijos han decidido que con controlar el asunto en el cole es suficiente y en casa es más divertido poner de los nervios a su santa madre.
Que vale que están en periodo de aprendizaje, que vale que todo lleva su tiempo, pero cuando a los dos les da por dar rienda suelta a sus instintos, a la vez y donde les pille, creo observar una medio risilla en sus labios. ¿Será verdad que llevan poco tiempo y es normal que haya fugas, o por el contrario y tal y como sospecho, los trastis están pasando un rato divertido a costa de mis nervios?
Y el caso es que parecía que la cosa estaba controlada, pero de repente, hemos sufrido un retroceso.
La hora critica es la de la cena. Hasta ahí vamos tirando, eso sí, mis hijos me han convertido en mujer monotemática; porque el otro día me di cuenta que últimamente solo me dirijo a ellos con un único objetivo:
– Pirata/ Princesa, ¿tienes pipi?, Si tienes pipi al wáter, ¿vale?
O en su defecto algo así:
– Mami, quero come (Mami, quiero comer)
– Vale hijo, ¿tienes pipi?
– Mami, ¿vamo a paqueeee? (Mami ¿vamos al parque?)
– Vale hija, ¿tienes pipi?
Y así hasta el infinito y más allá, que cualquier día se plantan con los brazos en jarra y me contestan:
– Que no leche, que no tengo ni pipi, ni caca, que me dejes vivir.
Bueno pues como iba diciendo, hasta la hora de la cena la cosa va bastante bien, pero es llegar el momento de sentarse en la mesa y todo empieza a torcerse. A pesar de que los pongo en el wc antes de empezar a comer, justo cuando estamos en el segundo plato, empieza la juerga.
Los dos piden ir al wáter, a la vez, claro; cómo no. Ahí, siempre sospecho que lo único que pretenden es escaquearse de la cena; pero aun así me resisto a decir que no por si acaso. Y aquí es cuando normalmente se monta el lio.
El pirata quiere hacer caca, lo bajo de la trona y le digo que vaya al baño, que ahora voy yo. La princesa quiere pipi y como lo de la contención no es algo que controle mucho, le digo que ella se ponga en el orinal.
En lo que dura beber un vaso de agua, prometo que nada más que eso, (aunque un lingotazo de ginebra confieso que a veces echo de menos), oigo un grito, bueno dos.
La princesa ha derramado el pipi del orinal. Se ha resbalado y está sentada en el suelo gritando como si le fuera la vida en ello. El pirata ha tenido un apretón de los fuertes y su poca destreza para subirse al wáter le ha jugado una mala pasada. Si, señores, una caca de tamaño intermedio en mitad del baño, justo al lado de su hermana y un niño plantado delante, mi hijo, señalándola con dedo acusador y gritando como un descosido, caca, caca.
Un, dos, tres, yo me calmaré. Un, dos, tres, yo me calmaré. Lo repito bajito porque tengo miedo a que si subo un poco la voz, me puedan las ganas de pegar un grito.
Arreglo tal desaguisado como buenamente puedo. Mando a mi niño de vuelta a la cocina y pongo a mi hija en el wáter porque, según ella, ahora quiere hacer caca. Parece ser que no hay nada como ver a tu compañero de batallas haciendo sus necesidades, como para que te entren unas ganas irrefrenables de hacerlo a ti también.
Otro grito. Acompañado de lloros. Desde la cocina. ¿Pero cuanto tiempo ha pasado? Yo juraría que no mas de 5 segundos, pero se ve que tanto ajetreo hace que tenga la percepción del tiempo alterada. El pirata ha puesto otro pastelito. Y las consecuencias son aterradoras. No sé exactamente qué ha pasado, pero me encuentro un escenario dantesco.
Mi hijo en el suelo, una pequeña mona aplastada, su pie desborda por los lados tal elemento, de paso un charquito de lo que intuyo que es pis y para no aburrirme, no vaya a ser que no sea bastante, en la silla hay restos de caca. ¿Quién da más? Pasen y vean señores; aquí unos mellizos con incontinencia de todo tipo y su madre al borde de un ataque de nervios.
Ah pero ¿qué os creíais que esto se acababa ahí? Pues no. Los trastis siempre haciendo que su madre viva al límite. La princesa ya ha acabado de hacer sus necesidades y a pulmón lleno me llama para que le limpie el culete. Si hija, tu no te cortes y pide por esa boquita que todavia me queda un microsegundo para estallar. ¿Os he dicho ya las ganas que me entran de salir corriendo y volver cuando tengan 18 años, verdad? Soy cobarde, sé que no llegaría a la esquina, pero me gusta imaginarlo.
Ante tal situación que para mi desgracia no es aislada, entenderéis porque digo que nuestra operación pañal empieza a parecerse a la saga de Scary Movie. Mezcla de terror y situaciones absurdas. Decidme que sobreviviré, porque me da en la nariz que mi verano va a ser de todo menos aburrido. ¿Me equivoco?.